Olvidar el Yoga

(Reflexión sobre la regulación estatal del yoga)
por Cristina Calero

La intención de reglar el yoga, de convertirlo en una técnica avalada por una serie de supuestos reconocidos anatómicos y filosóficos, dista profundamente del verdadero camino del yoga.

Al yoga le ocurre lo que a la filosofía le sucedió hace ya siglos, cuando los filósofos empezaron a responder la pregunta originaria desde su discurso parcial y comenzaron a crear marcos fijos de creencias susceptibles de enseñarse y aprenderse. Pero tanto en el yoga como en la filosofía, una vez perdida la correspondencia, se provoca el olvido y se confunden los medios con la apertura de la posibilidad.

El yoga actual muestra la desconexión abismal que rige nuestra sociedad amnésica, al pretender desde algunas esferas que el camino individual hacia el despertar pueda comprarse y venderse, pueda enseñarse y aprenderse a partir de una instrucción reglada desde las instituciones educativas nacionales. La filosofía puede mostrarnos cómo esta intención acaba por confundir el estudio de la historia del pensamiento y las diversas disciplinas sistematizadas en las que se ha fragmentado la filosofía, con el amor a la sabiduría, la reflexión personal y el estímulo del libre y por tanto antiescolástico pensamiento.

Reglar el yoga, supeditarlo a un programa fijo que estipule modos, formas, teorías y creencias, es sistematizar su olvido y afianzar la enfermedad de nuestra época: la pérdida de la conexión con lo que realmente somos.

Al igual que un licenciado en filosofía o incluso un profesor de historia de la filosofía puede confundir lo que hace con la asombrosa posibilidad de filosofar, si el yoga se convierte en una teoría-técnica fija, avalada por una administración educativa que refleja todo aquello de lo que nuestra sociedad adolece, sin ninguna duda podemos llegarnos a creer todos que yoga es lo que se enseña o aprende, cuando realmente, el yoga puede ser únicamente donación. En ningún caso depende de determinaciones, voluntades o imposiciones, sino más bien de todo lo contrario. En ningún caso se trasmite a través de un conocimiento teórico-técnico fijado y pre-estipulado, sino a través de un “inconocimiento” que paulatinamente va soltando todo estado “escolar” alcanzado.

¿Cómo reglamos el estar a la escucha “sin expectativa”? ¿Cómo organizamos programas de áreas curriculares que objetiven la posibilidad de suspensión del yo? ¿Cómo definimos un “proyecto” avalado por un conocimiento teórico-técnico para que nuestros alumnos perciban la necesidad de la soledad y el silencio imprescindibles, para asimilar que la ignorancia nos acoge y que la radical incertidumbre puede mecernos en el gozo de simplemente ser?

Sin duda una serie de pasos previos son necesarios para que pueda – quizás- abrirse el espacio que permita la verdadera posibilidad de yoga, pero tales pasos distan enormemente de premisas fijas, apuntes que estudiar, datos de la filosofía hindú, creencias o posturas como objetivos intencionados, puesto que el “aprendizaje” de yoga arranca de la posibilidad de reconocer más allá de todo lo aprendido; parte de la humildad que no determina o interpreta porque sabe que no sabe; surge de la más abierta y sensible de las escuchas, y de la intimidad más profunda con lo que es.


Y todo esto no puede ser reglado. Academizar el yoga, así como la filosofía, es una pretensión normalizadora imposible, a no ser que la afiancen aquellos que han olvidado.


Reflexión por Cristina Calero, profesora de grados universitarios de Filosofía e Historia del arte.

Practicante amante del yoga, particularmente de Yoga Dinámico y Meditación Somática.

Publicada originalmente en yogaenred